La criminología interaccionista o de la reacción social o del Labeling approach, aparecida en la segunda mitad del siglo XX, es conocida también como la teoría del etiquetamiento y hasta del estereotipo. Su planteamiento central es que la sociedad, la audiencia social, le asigna fórmulas de identificación a las personas. Son las etiquetas, que pueden ser positivas o negativas.
Una etiqueta positiva es la de trabajador, la de honesto, inteligente, responsable. Una etiqueta negativa, por el contrario, es la de ex recluso, la de vago. Son clisés, estereotipos favorables o estigmatizantes.
Lo cierto -según esta presunción- es que las etiquetas, positivas o negativas, son previas a la conducta del individuo e inducen a una actitud coherente con esa etiqueta. De tal manera que el comportamiento legal, favorable, es creado por etiquetas positivas y el comportamiento infractor, desfavorable, es la consecuencia de etiquetas negativas. Las etiquetas constituirán así una especie de pasillo que llevan al individuo a una conducta determinada.
Uno de los teóricos de esta doctrina criminológica, William Payne, compara la etiqueta social con una botella. El líquido que está dentro de la botella toma la forma o molde de la etiqueta que le ha sido asignada. Cuando esa etiqueta es negativa, ocasiona un proceso de criminalización que lleva a la desviación de la conducta. El mismo Payne considera que entonces una persona se juzga a sí misma como inferior y despreciable.
Y añade que ocurre la creación, en la mente de esas personas, de pasadizos internos que les llevan a la pérdida de la autoestima, de la confianza en sí mismas, y les hacen difícil una conducta positiva y hasta una rehabilitación.
Además de Payne, así piensan Howard Becker, Denis Chapman, Edwin Lemert. Y así piensan también tantos y tantos etiquetólogos del mundo entero.
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